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Frank Mugisha
Frank Mugisha

Por Frank Mugisha. Para The Guardian.

Cuando yo era pequeño, no se hablaba mucho de la homosexualidad en Uganda. Desde pequeño, sabía que era homosexual. Proclamé mi orientación a mis amigos íntimos cuando era adolescente en los años 90. Algunos familiares aceptaron mi homosexualidad. Otros no fueron capaces de reconocerla. Lo más común no era aceptarla, sino ignorarla.

Hubo personajes de mi juventud que eran abiertamente gais, como el peluquero de mi barrio, por ejemplo. Todos los vecinos sabíamos que él lo era. A veces, la gente hablaba mal de él. Pero no lo odiaba. En aquella época, ser gay en Uganda no era gran cosa.

Como católico, yo conocía la postura homófoba de los clérigos. Ellos enseñaban que la homosexualidad es pecado y que va en contra de la voluntad de Dios. Pero no iban más allá de eso. No se hablaba de ello con odio. Por lo tanto, no temí que los demás me juzgaran por hablar francamente sobre mi sexualidad.

Pero la Uganda de hoy es distinta. Soy el director del grupo Sexual Minorities Uganda, la más importante organización ugandesa que lucha a favor de los derechos LGBT. He estado de campaña en Europa y EEUU, animando a la comunidad internacional a denunciar la recién aprobada ley anti-homosexual, la cual un colectivo de ugandeses a favor de los derechos humanos vamos a recurrir ante el Tribunal Constitucional. Mientras me preparo para la vuelta a mi país, tengo en cuenta que en cuanto llegue esta la ley me aterrorizará la vida. Como ugandés homosexual, sé que soy uno de muchos. Pero como homosexual que vive abiertamente su vida afectiva, formo parte de una minoría de menos de veinte personas.

El día posterior a la aprobación de la ley anti-homosexual, el periódico ugandés Red Pepper publicó mi nombre junto a una fotografía mía, formando parte de una lista de los “doscientos principales maricones”. La última vez que semejante artículo había sido publicado fue por el ahora cerrado periódico Rolling Stone en el año 2010. Mi amigo y compañero David Kato había aparecido en aquella lista y, aunque demandó con éxito al periódico por tal acto, resultaría asesinado violentamente en su propia casa dos semanas después. El asesino prácticamente seguro tuvo como motivo su sexualidad.

La de Uganda siempre ha sido una sociedad conservadora en la que no se habla de ciertas cosas. Pero antes nunca había sido un ambiente cruel y opresor para gente homosexual. Hace veinte años, no nos perseguían pandas de intolerantes. No nos torturaba la policía. No nos echaban de nuestras propias casas por el simple hecho de ser homosexuales. Cuando yo salí del armario, la histeria colectiva que tan normal se ha hecho hoy en día era inconcebible. Si yo fuera un chico gay de trece años hoy en Uganda, probablemente no se lo diría a nadie.

Muchos con los que he hablado en las últimas semanas, entre ellos el ministro de asuntos exteriores de Reino Unido William Hague, me han preguntado que ¿qué tanto ha cambiado? Es verdad que sexo entre personas adultas del mismo sexo ha sido ilegal desde la imposición del código penal británico a principios del siglo XX. Pero la reciente expansión de la criminalización y una homofobia recalcitrante ha sido otro regalo de Occidente, esta vez proveniente de EEUU.

No hay duda de que el bien financiado movimiento evangélico norteamericano ha propagado el desarrollo económico en Uganda. Han construido y siguen dirigiendo una gran cantidad de hospitales, escuelas y orfanatos. Pero, como confirma el documental God Loves Uganda, tampoco hay duda de que han aumentado de manera inexorable la homofobia en el país. Ahora nos dice todo el mundo que Uganda no se va a rendir ante la “agenda homosexual”. Nunca había oído esta expresión antes de que la introdujesen los evangélicos estadounidenses a nuestro léxico nacional.

Entre ellos el pastor Scott Lively, quien vino por primera vez a Uganda en el año 2002 a propagar su propia visión idiosincrásica de la homofobia cristiana. Su influencia le facilitó acceso a grandes personajes del Gobierno y de los medios de comunicación ugandeses. Yo creo firmemente que su influencia tuvo mucho impacto sobre el país. Por eso yo soy uno de los demandantes denunciándole por crímenes contra la humanidad. Hay también pruebas de que ha engendrado semejante odio en otros países, y sobre todo en Rusia.

Pero los simpatizantes de la ley anti-homosexual dicen que se trata de una cuestión geopolítica en la que se está imponiendo una concepción occidental de la homosexualidad desde el exterior. Al firmar la ley, el Presidente Museveni dijo querer “demostrar la independencia de Uganda ante la presión y provocación provenientes de Occidente”, como si se tratara de resistir una influencia neocolonial.

Es simplemente falso que la homosexualidad vaya en contra de los valores africanos. Antes del periodo colonial, la conducta homosexual existía en varias formas y entre varios pueblos. En concreto, este comportamiento se observaba entre los Bahima, los Banyoro y los Baganda. Se dice que el Rey Mwanda II, el último gobernante antes de la llegada de los europeos, mantuvo relaciones sexuales con sus cortesanos masculinos.

Yo soy homosexual. Soy ugandés también. De mí no se puede decir que no soy africano. Yo nací y crecí en Uganda. Es mi hogar. Pero también es un país en el que me he convertido en un delincuente todavía no detenido, sólo por mi condición sexual. Yo quiero que mis compatriotas ugandeses comprendan que la homosexualidad no es ningún imposición occidental, y de igual forma, que nuestros amigos del mundo desarrollado reconozcan que la clase de homofobia que estamos experimentando ahora sí lo es.

(Traducción propia para ÁfricaLGBT gracias a nuestro voluntario Will Sherman. Puedes leer el idioma original en el enlace adjunto).

http://www.theguardian.com/commentisfree/2014/mar/20/gay-ugandan-law-tyrannise-life-anti-homosexuality-act

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